La responsabilidad de los abogados en los procesos de separación o divorcio cuando hay niños
Esta semana he leído un interesante artículo que opinaba sobre el papel de los letrados en los procesos de ruptura de pareja, cuando hay hijos menores de edad implicados. Me pareció una excelente argumentación, que recomendé en las redes sociales, no sólo porque comparto totalmente su punto de vista, sino, además, porque creo firmemente que debemos ser los propios abogados de familia los que dignifiquemos nuestra profesión, ejerciendo siempre con el mayor respeto a nuestro código deontológico, a nuestros clientes y a nuestros compañeros.
Es indiscutible que siendo la ruptura de la pareja una de las experiencias más traumáticas y estresantes que pueden vivir las personas adultas, aún resulta mucho peor para los niños, que se ven inmersos en una situación que les viene impuesta, sin haber podido participar en el proceso de decisión de sus padres, y sin tener todavía la madurez suficiente para poderlo asumir y entender.
Siendo ya esta experiencia lo suficientemente traumática para un niño, empeora aún más si la actitud de los padres no es la adecuada. Desgraciadamente, los abogados de familia tenemos que ver, demasiado a menudo, como muchos progenitores “utilizan” a sus hijos como medios para perjudicar a sus ex parejas. Ante estas situaciones, debemos ser los abogados los que intentemos mediar entre las partes para imponer un poco de cordura, con el fin fundamental de velar prioritariamente por el interés superior del menor o menores implicados.
Para los hijos ya supone suficiente “castigo” la desestructuración de la unidad familiar, no les impongamos, además, la carga de ser el medio y la excusa para acrecentar el enfrentamiento entre los progenitores. Somos nosotros, como buenos profesionales, los que debemos mediar porque el proceso de ruptura sea lo más conciliador posible, evitando conflictos innecesarios y promoviendo, en la medida de los posible, el acuerdo entre las partes.
En ese sentido, teniendo en cuenta lo dañino que resulta para un niño la falta de contacto con sus padres, debemos procurar un sistema de guarda y custodia compartida, que facilitará al menor la percepción de que sigue contando, en su día a día, con el apoyo y compañía de sus dos progenitores.
Por lo tanto, en los procesos de separación o divorcio de una pareja, es fundamental el papel de los abogados no sólo en las funciones técnicas propias de nuestra profesión, si no, también, como mediadores privilegiados entre las dos partes, velando en todo momento por el interés supremo de los menores.
En los abogados de familia recae la responsabilidad de evitar, pensando únicamente en el lucro y en contentar al cliente, actuaciones tan poco éticas como lo son el abuso de denuncias penales entre los ex cónyuges, teniendo en cuenta que en los temas de familia debe regir el principio de intervención mínima del Derecho Penal, y, consecuentemente, sólo hay que acudir a los juzgados penales en los casos realmente graves, siendo los juzgados de familia el foro más adecuado donde resolver la mayoría de controversias entre familiares.
Obviamente, la mala praxis que pueda trascender los límites de la legalidad, como puede ser la simulación de delitos o la interposición de falsas denuncias (especialmente en temas tan delicados como la violencia de género), debe suponer no sólo una sanción administrativa, al atentar contra los principios básicos de nuestro código deontológico, sino también conllevar una posible sanción penal o responsabilidad civil.
En conclusión, la necesaria protección del interés supremo del menor o los menores, implica hacer entender a los padres que, aunque la relación de pareja haya llegado a tal nivel de deterioro que les resulte complicado entenderse, deben procurar, necesariamente, por el bien de sus hijos, que las posibles discrepancias queden sólo entre ellos y se resuelvan siempre sin implicar a los menores. Ambos progenitores deben respetar el derecho de sus hijos a relacionarse con sus padres, no influyendo negativamente en la imagen que puedan tener de sus progenitores, evitando comentarios malintencionados delante de los niños, propiciando en la medida de lo posible una relación cordial y procurando adoptar de manera conjunta y consensuada todas aquellas decisiones que afecten a sus hijos.